Tras los flojos resultados de la conferencia de paz de Yeda, Rusia y Ucrania han reforzado su apuesta por la guerra como única salida al conflicto que los enfrenta, alentados por los aliados occidentales de Kiev y criticados por los países no alineados, liderados por China, que reclaman una salida negociada a la contienda.

En la conferencia celebrada este pasado fin de semana en Yeda, los países del llamado Sur Global, con el respaldo de la anfitriona Arabia Saudí y de China, que envió una destacada misión diplomática, defendieron la necesidad de negociaciones. Al comentar los tibios resultados de la conferencia, Pekín insiste en que ha permitido «consolidar el consenso internacional» sobre la necesidad de encontrar una solución negociada al conflicto.

Pero ni rusos ni ucranianos se dan por aludidos. El Kremlin exige a Ucrania un alto el fuego sin condiciones y el Gobierno de Volodímir Zekenski reclama todo lo invadido por Rusia desde el 24 de febrero de 2022, además de la devolución de la península de Crimea, anexada en 2014. En tales posiciones, ninguno de los contrincantes dará su brazo a torcer para aceptar el diálogo.

De momento, lo máximo que se alcanzará es la eventual celebración de una nueva conferencia de paz en otoño (como se propuso en Yeda) bajo rimbombantes mensajes que solo buscan ganar la batalla mediática en el caso ucraniano y que son ignorados con un inquietante desprecio por Rusia, que ni siquiera fue invitada a la ciudad saudí.

El único plan de paz examinado en Yeda fue el de Ucrania, que no contempla otras opciones que la devolución rusa de todos los territorios ocupados, incluida Crimea, el pago por Moscú de las reparaciones de guerra y el juicio de los dirigentes rusos por crímenes de guerra y contra la humanidad.

Cuando Rusia no solo no ha perdido la guerra, sino que está lanzando una nueva ofensiva, parece osado condicionar las negociaciones a la derrota total de Moscú en esta contienda. Los últimos avances rusos en el nordeste de Ucrania y la ausencia de logros destacados en la contraofensiva ucraniana auguran que la lucha se alargará al año próximo, así como su sangría humana y económica.

La marcha rusa hacia Járkov y el taponamiento ucraniano en Bakhmut

Esta semana comenzó en el frente bélico con nuevas presiones rusas en Liman, Donetsk, y avances hacia Kupiansk en la región de Járkov, de dónde los rusos fueron desalojados en septiembre pasado. El Ministerio de Defensa ruso señala que sus fuerzas han avanzado tres kilómetros en el frente de Járkov en un sector de once kilómetros de anchura. Esta ofensiva sobre Kupiansk ya lleva tres días en marcha y ha sido precedida por un nutrido bombardeo de la zona sobre la que avanzan ahora las fuerzas rusas.

La intención rusa parece evidente y así lo reconoció este martes la viceministra de Defensa ucraniana, Hanna Maliar: «tienen un plan, los ocupantes pretenden recuperar los territorios que perdieron en la región de Járkov».

El ejército de Moscú presiona hacia el norte reabriendo un frente que parecía estabilizado y dejando que las unidades ucranianas queden estancadas en las inmediaciones de Bakhmut, la ciudad minera que soportó meses atrás, antes de su conquista por los rusos, los combates más encarnizados de la guerra.

De nuevo Bakhmut se puede convertir en una trampa para sus atacantes, esta vez los ucranianos, al frenar cualquier avance y evitar que las tropas que allí combaten sean empleadas en otros puntos del frente. Y Rusia juega con el tiempo a su favor, así como con el número de soldados que puede poner sobre el terreno.

Kiev reclama misiles de largo alcance

Ante este lance del ejército ruso y la lentitud de la contraofensiva ucraniana, que puede hacer imposible una significativa recuperación de territorio, Kiev ha reclamado de nuevo misiles occidentales de largo alcance con los que golpear a las fuerzas rusas más allá de la línea del frente.

Esta vez sí podrían plasmarse esas entregas, que incluirían los sistemas de misiles estadounidenses ATACMS, con un alcance de 300 kilómetros, y los temibles cohetes alemanes Taurus, con un rango mayor, de hasta 500 kilómetros.

El ministro de Asuntos Exteriores ucraniano, Dimitro Kuleba, ha pedido este lunes al secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, el envío de esos ATACMS. Ahora corresponde al presidente estadounidense, Joe Biden, dar el visto bueno a la transferencia. Aún hay dudas sobre esta entrega, pues las reservas estadounidenses de estos misiles son limitadas.

Los ATACMS son incluso más efectivos que los Storm Shadows que Londres envió a Ucrania en mayo y que se han convertido en una de las pesadillas del ejército ruso.

También estos días, el portavoz de la Fuerza Aérea de Ucrania, Yurii Ignat, ha adelantado que el ejército ucraniano espera recibir misiles Taurus de fabricación alemana. Había muchas dudas en el Parlamento alemán a la hora de cruzar esta nueva línea roja. Pero, según el diputado ucraniano Yehor Chernev, se espera ya una decisión final del Gobierno germano, pues «las facciones parlamentarias clave han llegado a un consenso sobre la transferencia a Ucrania de esos misiles Taurus de largo alcance».

Estados Unidos y Alemania, junto con Gran Bretaña, son los países más implicados en la entrega de armas pesadas a Ucrania, incluidos las lanzaderas de misiles HIMARS y los tanques Leopard, respectivamente. En su alocución nocturna de este domingo, el presidente Zelenski afirmó que los sistemas avanzados de defensa aérea suministrados por Estados Unidos, con sus misiles antiaéreos Patriot, y Alemania, con sus IRIS-T, estaban mostrando una «gran efectividad» y habían obtenido ya «resultados muy significativos».

Los ATACMS pueden devolver el ímpetu a la iniciativa ucraniana, al poder golpear posiciones rusas más allá de la línea del frente y cortar las cadenas de suministro a las fuerzas en combate. Pero de ninguna forma asegurarán el éxito de la contraofensiva puesta en marcha a principios de junio. Se necesitan escuadrillas de aviones de combate que protejan el avance de las tropas y golpeen las defensas rusas junto a esos misiles de largo alcance.

El Gobierno de Zelenski ha vuelto a pedir los F-16 a Estados Unidos, pero la postura de Washington sigue por el momento muy reacia a proporcionar un tipo de armamento que podría llevar el fuego ucraniano al corazón de Rusia.

Sin perspectivas de diálogo. Solo guerra.

Por eso la guerra continúa y las perspectivas de abrir una mesa de negociaciones son muy exiguas. Mijailo Podoliak, asesor de Zelenski, ha señalado que «cualquier escenario de un alto el fuego y de paralización de la guerra de Ucrania en estos momentos significaría la victoria real a Rusia y el triunfo personal de (Vladímir) Putin».

En la situación actual, y a pesar de los magros resultados de la contraofensiva, «no puede haber proceso de negociación. El status quo debe cambiarse en el campo de batalla. Esto significa más armas, misiles y aviones», aseveró.

Podoliak defendió la posición expuesta en Yeda este fin de semana. «La única base para las negociaciones es la fórmula del presidente Zelenski», con la retirada de las tropas rusas a las fronteras de 1991, cuando nació el estado moderno de Ucrania con la desintegración de la Unión Soviética.

Para el asesor presidencial ucraniano, no tiene sentido declarar un alto el fuego y abrir negociaciones progresivas «que den a Rusia tiempo para permanecer en los territorios ocupados». Podoliak desechó la posibilidad de revisar los acuerdos de Minsk alcanzados en 2014 y 2015 para tratar de buscar una solución a los deseos de autonomía de los territorios del Donbás, uno de los motivos argumentados por Rusia para la invasión.

Ucrania habla mucho de la derrota de Rusia, pero ésta golpea con más fuerza

Kiev en estos momentos reclama una victoria total sobre Rusia que no la auguran ni sus logros sobre el campo de batalla ni la supuesta debilidad militar rusa que proclaman los aliados occidentales de Ucrania.

Por el contrario, las noticias que llegan de Rusia apuntan a un mayor esfuerzo en la carrera de producción de armamento para prolongar la guerra. Por ejemplo, el presidente Vladímir Putin ha ordenado el aumento de la producción de los drones kamikaze rusos Kub y Lancet, que fabrica el consorcio militar ROSTEC. Putin fue concluyente este lunes: tras los «poderosos» ataques de los drones rusos, arde cualquier equipo militar, incluido el proporcionado por Occidente.

Putin apostó además por incrementar la fabricación de «armas de última generación», como carros de combate T-90 Proryv y radares capaces de detectar cualquier dron.

Con este contexto de fuerza, la posición rusa ante unas eventuales negociaciones se aleja radicalmente del planteamiento ucraniano. Según la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, María Zajárova, la resolución del conflicto pasa por una confirmación de Ucrania como país no alineado y no nuclear, y el reconocimiento «de la nueva realidad» territorial ucraniana, es decir, la anexión de las regiones de Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón tras la invasión rusa.

El presidente ucraniano apuesta por la celebración en otoño de una «cumbre de paz» aplaudida internacionalmente y con su plan de rendición de Rusia enmarcado en letras doradas. Tal y como discurre la guerra, la realidad se empecina en apuntar a un horizonte mucho más oscuro.